Encuentro tropocientos... hemos perdido la cuenta. Una crónica de Rosa Pérez.


El viernes nos volvimos a encontrar en La Canìbal. El encuentro era parecido a otras veces: un evento que se va creando a medida que va llegando el día y que nos va sumiendo a las que vamos en algo así como una tranquilidad expectante que corre paralela a las ganas de disfrutar de ese tiempo en el que parece que vamos a hacer algo y que siempre se llena de mucho más.

Allí estaban, por ejemplo, Ander y su cortina, que nada más que miras con el amor que la hace ya ves cómo de bonita será ahí colocada donde sea y lo bien que se llevará con la luz y el airecillo que se cuele por los agujeritos del tejido de ganchillo. Estaban las niñas, los ires y venires de Jesús, con su espontánea y generosa hospitalidad, el olor a té y las sillas desplegables, enredándose todo con las lanas.

Faltó Irene, si es que ella puede faltar a los encuentros. Esté o no esté siempre está lleno de ella, de su calidez y su ser en el mundo Y las cosas fueron pasando con ese regusto tan bueno que dejan y es ya una impronta de nuestras reuniones.

Teníamos dos cosas que nos habíamos propuesto hacer y, curiosamente, ¡las hicimos!

Jesús ¿serán esa pizarra y ese rotulador, tan rosa fosforito, mágicos?

Una era leer el cuento que Lola y Rosa -yo, la que escribe-, crearon, creamos, para el concurso Arroz Negro de la revista BCNMES . Pedí a Lola que nos acompañara a la reunión y que trajera la ilustración del cuento. Le llamamos Corazón Negro y va de comadres y pompones. Tenemos pendiente ver en funcionamiento la supermáquina pomponera prodigiosa de Eva, por cierto.

Os dejo un enlace para que podáis ver la ilustración y un trocito del cuento.


Vinieron amigas del alma y las ausencias de otras amigas no fueron tan sentidas como imaginaba. Será porque el espíritu siempre, siempre, permanece.

Jess había venido. Ya habíamos visto su cómic, autoeditado y hermosísimo, porque Jesus nos lo había enseñado la pasada reunión. Mostraba historias en las que el tejido y las mujeres que manejan ese micromundo de hilos, maquinarias y metáforas tienen tanto que decirnos.

Tras la lectura del cuento, la reflexión sobre lo importante que es tejer pero también destejer, del hacer pero también de la posibilidad del no hacer, del ser sin que eso esté teñido de nada, me devolvió otra vez al espíritu original de las reuniones.  Me remitió al deshacer de las primeras sesiones y a la idea de la subversión, de las historias como alternativa a la historia única, de las versiones para completar la construcción del vivir.

Y llegó la hora en que Jess nos enseñó su libro. Su introducción a ella misma estuvo acompañada de su historia, anclada en su origen, Chile, y rodeada de un mundo en que el coser fue su contexto de crecimiento. En el cómic, Entretela, historias tejidas a mano,  encontramos narraciones visuales que giran alrededor de la memoria laboral femenina. Es una preciosidad de libro que está deliciosamente autoeditado y que da gusto tener entre las manos.

Me llamó la atención la pregunta que se le hizo sobre cómo funcionaba en la práctica la economía compartida y comunitaria. Jess nos explicó que no era una opción si no que era lo que se hacía. La gente compartía, se hacía así. Y me dio que pensar.

¿Qué es lo que tenemos por delante nosotras y cómo hacemos las cosas? ¿Qué dirán en el futuro y cual será la observación de nuestro hacerse así” como identidad? ¿Habrá algo objetivable?

Quizás Jesús, que se quedó a la performance, pueda añadir algo más.

Hay ecos en esa Caníbal de una temporalidad indefinida y con una construcción del vivir que a todas las que nos vamos acercando nos debe parecer tan sólida como el desayuno de la mañana. Lleva también asociada una estética -fuera de los me gusta o no me gusta de lo digital- del presente y de lo presente sin más expectativas que el de moverse para juntarse. No nos conocemos en lo estricto del conocerse: nos faltan nombres todavía que asociar a las caras de las que nos vamos encontrando - ya por más de un año-  y nos sorprenden nuestras historias cuando salen entre puntada o tejido, entre tareas inacabadas y únicas. 

Nos reímos mucho y eso es importante.  Nos preguntamos y nos explicamos. Nuestras narrativas no tienen un guión y surgen del vivir nuestro de cada día. Sin teorizar sobre la diversidad y el respeto lo ejemplificamos, viviendo y reuniéndonos, y el resultado es tan armonioso como un jardín por el que podernos pasear a la luz de la luna.

¡Gracias a todas!

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